22 mayo 2008

Velas

La luz titubeaba en la oscuridad, y se me hacía difícil seguir cuidando las velas de la catedral que había construido con mis sueños. El fuego debe permanecer encendido, siempre, esa era la única regla que yo me había impuesto; sin embargo, ahora luchaba conmigo mismo porque el Diablo me atacaba diciendo que había llegado la hora de infringir mi propia Ley.

Observé las llamas, y recordé en cada una de ellas, un gesto, una mirada, una canción, un libro, un sabor, una risa, un color, una travesura, un susurro, un regalo, una caricia, una flor, una noche, una playa, una iglesia, una carta, un olor, un dibujo, un paseo, un masaje, una conversación, un beso, una lección, un coche, un mensaje, una cena, un baile, una lectura, un silencio, un abrazo, un viaje, una chocolatina, un juguete, un cine, una sala de espera, un puente en París, una manta, un cantero, una crema, un muñeco, un sofá, un colegio, un lucio, una casa roja…

Decidí que debía seguir cuidando el fuego de todas y cada una de esas velas. Por ello, eché al Diablo de mi catedral, la que construí con mis sueños, porque allí, no hay lugar para el mal, y porque esas velas son capaces, con su pequeña luz individual, de dar luz y calor, cuando las tinieblas intentan apoderarse de las almas.

Foto: Juanjo, Notre Dame de Paris.