29 abril 2007

La decepción

Me senté en un bordillo, en una calle apartada, porque sentí que las piernas ya no me sostenían. La Náusea, Sartre, supongo... y también el silencio prolongado en tiempos de bienestar, cuando no me necesita, de la que un día descubrí que era una princesa.

Y también, y sobre todo, la decepción.

Debajo de mí, fluía un riachuelo de agua, típico de las calles de París: “les caniveaux”, y recordé que, cuando era pequeño, colocaba billetes de metro enrollados que me encontraba por la calle, y los convertía con mi imaginación en barquitos, que seguían la corriente. Comparé el juego con los de última generación de las últimas consolas de videojuegos, y pensé que no había color. Era mucho más divertido seguir el recorrido irregular de mi barquito, al que acompañaban siempre cientos de aventuras. Un par de lágrimas se asomaron por mis ojos, y mientras me esforzaba en retenerlas, un niño, un mocosillo, se sentó a mi lado. “¿Qué te pasa?” me dijo, mirándome con el descaro de los inocentes. Casi sin calibrar que hablaba con una criaturita de unos ocho años, me puse a contarle mi historia, mientras el agua seguía fluyendo como un río tranquilo; escuchó con atención y cuando acabé, muy serio, el pequeño sentenció: “¿Entonces ella no te quiere?” El pitufillo había resumido en cinco palabras todo lo que yo había luchado por comprender, desde hacía ya mucho tiempo. “No, no me quiere”. Jamás había dicho esa frase con tanta convicción. “¿Y por qué sigues llorando? Ten. Te regalo mi chicle. Lo había guardado en un bolsillo, para después, pero te hace falta más que a mí”. Perplejo, le miré fijamente. Su gesto no había cambiado, y muy serio, su manita tendía un chicle hacia mí. Lo cogí, y por agradecimiento, me lo llevé a la boca. No pude evitar hacer un globo que me explotó en la cara, lo que provocó una sonora carcajada en el renacuajo que me había escuchado con tanta atención. Después, nos levantamos los dos, me dio la mano en un saludo solemne, y me dijo: “Guarda tus lágrimas para cuando hagan falta, y recuerda que alguien capaz de encontrar una historia en un billete de metro enrollado, merece que de vez en cuando, le regalen un chicle o un poco de cariño. Me voy, que tengo que volver al cole.” Quise darle las gracias, pero ya se había dado la vuelta y se marchaba, silbando una canción que me trajo nuevos recuerdos antiguos.

Unos transeúntes se sorprendieron al ver un adulto que hablaba solo, con restos de chicle en los labios, en una calle de París.

05 abril 2007

La increíble pero cierta historia de Alcornoque, Olivita y Maletonto


Foto: Encuentro casual, paseando después de haber visitado el musée Grévin.
Alcornoque, Olivita y Maletonto conversaban pausadamente, en una calle de París. Les pedí permiso para retratarles, y no sólo consintieron con amabilidad, también me contaron su historia... (continuará)