23 junio 2010

Quién soy

Una vez, ya dije que no era más que un gato callejero; no soy un gato de la aristocracia, no vivo en una casa cómoda con una novia que acaricia mi pelo las noches de invierno, tumbados cómodamente en un sofá, no soy muy formal, no llevo corbata, no voy a misa los domingos, ni de coña. Callejeo, observo, intento imaginar historias que me saquen de lo cotidiano, procuro buscar en la vida, cada día, algún aliciente, por pequeño que sea. Soy de izquierdas, convencido, soy de izquierdas, decepcionado, como casi todos, y no creo en la Ley, pero sí en la justicia. Algunos momentos de mi vida me han llevado a creer en los milagros, otros, en la existencia del Diablo, del Mal. Y cuando hablo con Dios, no sigo ningún protocolo. Leo los libros que me apetecen, no los que hay que leer, y si emito un juicio de valores, procuro explicar por qué. Ronroneo, cuando me acarician, pero si me tratas mal, me marcharé y no volveré nunca más. Toco la guitarra con mis grupos, y quiero a mis amigos. Mi sensibilidad puede llevarme a las puertas del Paraíso, o a hacerme arder en las llamas del Infierno, lugar que también frecuento, a veces. Me gusta el Jack Daniel’s porque sí, y la cervecita fresca, el vino, y los labios de una morenita encantadora que se ha marchado de mi vida con un trocito de mi corazón, de recuerdo; se lo he regalado con cariño, y no me arrepiento de haberlo hecho. Me queda una parte que intenta seguir latiendo. Dicen que tenemos siete vidas, sin duda estoy viviendo la última. Escribo para matar al silencio, y me gusta mirar a la luna. Me gustan los Cure y los Rolling, los Beatles y Le Mans, el pop y el rock’n roll. Me gustan los juegos, y el sexo, y el sexo con amor, todavía mucho más. Mataría por recuperar un par de momentos que he vivido recientemente. Estoy hundido, pero los gatos callejeros siempre salen adelante, porque están acostumbrados a la crudeza de las calles, y saben caer sobre sus patas, con independencia de la altura. Soy cariñoso y dulce, y tremendamente frío con quien se merece mi frialdad. Tengo manos suaves y dedos tiernos, que saben expresar lo que, a veces, no digo con palabras. Cuando lloro, es de verdad, y cuando quiero, también. De pequeño, decían que tenía lengua de “tdapo” porque no me salía la “edde”. Hago los cálculos y el orden alfabético en francés, y pienso en castellano o en francés, según. Mi casa parece un campo de batalla, pero resulta confortable y acogedora, y mi sofá es peligroso. No sé ligar, ni me gusta el fútbol. Soy atento y bastante educado. Cuando estoy triste, mis ojos se apagan. Duermo poco, ensayo mucho, y siempre encuentro algo que celebrar, cuando estoy alegre. Entonces, mis ojillos se iluminan y soy capaz de ponerme a bailar flamenco. Pero hoy no.

Estoy viviendo unos días muy tristes, y no sé muy bien dónde estoy, me siento desorientado y desequilibrado; quizás por eso tenía ganas de decir quién soy.