27 agosto 2011

Con palabras

Estaban solos, ella y él. Él hablaba, y su voz tenue empezó a llenar el vacío con palabras.


Las primeras fueron frases que se repartieron por la estancia para crear un ambiente. Algunas tamizaron la luz, otras se encargaron de la música; la luna se interesó por ellos y dio forma al sofá en el que se fueron reclinando, a medida que las tensiones desaparecían de una en una.

Ella cerró los ojos despacio, como en un sueño. Las palabras siguientes dieron paso a la confianza, al respeto, a la intimidad. Estas palabras la arroparon y se sintió protegida, mecida como cuando apenas era una niña. Eran palabras de canción de cuna, eran palabras cálidas, que se interponían como una barrera sólida entre ellos y el mundo exterior.

Llegaron nuevas palabras, algo atrevidas. Ella notó que ciertas frases recorrían su espalda provocándole un escalofrío, y creyó percibir un leve roce en sus zonas prohibidas, provocado por la entonación. Sintió la excitación del movimiento de las sílabas, la caricia de las vocales, y la fuerza de las consonantes. Las palabras fueron llenándola, paseando por su cuerpo hasta que sintió que entraban en ella, con firmeza, con cariño. Su respiración aceleró al ritmo de sus contoneos incontrolables, hasta que no pudo evitar gemir en un estallido de placer; había alcanzando el éxtasis. Cuando abrió los ojos, vio que él todavía no la había tocado.

Se abrazaron y la noche siguió entre susurros y silencios.